domingo, 5 de julio de 2009

La continuación de una historia que en algún día y en algún momento comenzó...




- ¿Cuántas veces he de deciros Rasputín que no encarceleis a las personas aún no juzgadas?
- Yo hice lo que se me ordenó. Las nimfas del bosque me dijeron que ya había sido juzgada y que su condena era de una eternidad vagando en el lago de los espiritus tras cortar su hilo de la vida, que es allí adónde me disponía a llebarla en cuanto me acordé.
- Debí suponerlo.-añadió el hombre de túnica blanca con lamentación.-Las nimfas mágicas piensan con maldad, gracias a ellas han muerto muchas personas inocentes. No se como el consejo imperial de Zeus permite todavía que sigan en el mundo de los mortales.-Dijo con indignación.
Pues menos mal que he llegado, esta muchacha a estado a punto de hallarse en las puertas de la muerte.-En el rostro del hombre apareció un gesto de alivio .- Y ahora os mando que habráis la puerta por la orden del mismísimo Zeus.
El carcelero abrió la puerta de hierro con un ruído desagradable mientras que en su rostro se adivinaba una ligera decepción. Yo estaba tirada en el suelo frío y empedrado, pero en el momento en que el hombre de la túnica entró por la puerta yo me levanté con indignación como despertada de un sobresalto.
- Muchacha, venid conmigo.- Yo me aproximé hacia él como ordenó, con cierto respeto y temor. No sabía donde estaba ni qué sería de mí, lo que sí sabía era la causa del por qué estaba allí.
El carcelero me ató las manos con unas pesadas cadenas de hierro. Estaban frías y me presionaban las muñecas.
Me sentía como una asesina a la que estuvieran a punto de fusilar. No lo entendía, ¿por qué me encadenaban?, ¡era inocente!
- Es necesario.-Intentó convencerme el hombre.
Yo no emití ningún sonido, me resigné a guardar silencio, después de todo unas palabras de más no me sacarían de aquella pesadilla.

Recorrimos largos pasillos en penumbra y soledad:
- Creeros afortunada, no todas las personas consiguen llegar hasta aquí, normalmente se las juzga en la misma tierra, pero vuestra falta es muy grave. Por eso le hemos traído hasta aquí, porque puede robarle a cualquier dios que no será tan grave, pero muchacha robarle al dios de todos los dioses…,¿cómo se le ocurrió?- En ese instante no agunté más.
- ¡Yo no fui!, te lo vuelvo a repetir.., yo jamás robé ese arpa, si siquiera sé cómo es, ni me importa, ¿para qué querría yo un arpa?, no se ni tocarla.-Chillé histérica y desesperada.
- Pero eso a los jueces no les importa…,teneis que tener pruebas, una coartada.
- ¿Una coartada?
- Sí, pruebas que puedan decir que no fuistéis vos.
- Yo no sé nada..- Respondí en un lamento que acabó en llanto.- ¿Por qué me culpan a mí?
Aquella pregunta no fue respondida, seguimos en silencio.
Llegamos a una habitación circular e iluminada por la tenue luz de las antorchas.
Había cuatro puertas, una de ellas la más grande de todas, era de mármol blanco y con aspecto señorial.
- ¡Lástima!, eras muy guapa.- Añadió el hombre en tono burlón.
En ese momento abrió las puertas de mármol con una levitación de manos en el aire. Tras ellas aguardaba mi destino y esperanza.
El hombre de la túnica me empujó hacia delante, las puertas se cerraron tras de mí formando un estruendo. Me giré pero mi extraño acompañante parecía haber desaparecido. Delante mía se elevaba una gran mesa dorada, al igual de todo el suelo y paredes. Todo era de color dorado.
En la larga mesa yacían muchos acompañantes, unos diez, entre ellos el más grande, “Zeus”.
Me sentía íntimidada por aquellos ojos sin piedad e inquisitivos.
- Siéntate.-Me ordenó una voz grave y frívola.


CONTINUARA…

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